LOS HOMBRES COMO la copa de la arcilla era la raza mineral, el hombre hecho de piedras y de atmósfera, limpio como los cántaros, sonoro. La luna amasó a los caribes, extrajo oxígeno sagrado, machacó flores y raíces. Anduvo el hombre de las islas tejiendo ramos y guirnaldas de polymitas azufradas, y soplando el tritón marino en la orilla de las espumas. El tarahurnara se vistió de aguijones y en la extensión del Noroeste con sangre y pedernales creó el fuego, mientras el universo iba naciendo otra vez en la arcilla del tarasco: los mitos de las tierras amorosas, la exuberancia húmeda de donde lodo sexual y frutas derretidas iban a ser actitud de los dioses o pálidas paredes de vasijas. Como faisanes deslumbrantes descendían los sacerdotes de las escaleras aztecas. Los escalones triangulares sostenían el innumerable relámpago de las vestiduras. Y la pirámide augusta, piedra y piedra, agonía y aire, en su estructura dominadora guardaba como una almendra un corazón sacrificado. En un trueno como un aullido caía la sangre por las escalinatas sagradas. Pero muchedumbres de pueblos tejían la fibra, guardaban el porvenir de las cosechas, trenzaban el fulgor de la pluma, convencían a la turquesa, y en enredaderas textiles expresaban la luz del mundo. Mayas, habíais derribado el árbol del conocimiento. Con olor de razas graneras se elevaban las estructuras del examen y de la muerte, y escrutabais en los cenotes, arrojándoles novias de oro, la permanencia de los gérmenes. Chichén, tus rumores crecían en el amanecer de la selva. Los trabajos iban haciendo la simetría del panal en tu ciudadela amarilla, y el pensamiento amenazaba la sangre de los pedestales, desmontaba el cielo en la sombra, conducía la medicina, escribía sobre las piedras. Era el Sur un asombro dorado. Las altas soledades de Macchu Picchu en la puerta del cielo estaban llenas de aceites y cantos, el hombre había roto las moradas de grandes aves en la altura, y en el nuevo dominio entre las cumbres el labrador tocaba la semilla con sus dedos heridos por la nieve. El Cuzco amanecía como un trono de torreones y graneros y era la flor pensativa del mundo aquella raza de pálida sombra en cuyas manos abiertas temblaban diademas de imperiales amatistas. Germinaba en las terrazas el maíz de las altas tierras y en los volcánicos senderos iban los vasos y los dioses. La agricultura perfumaba el reino de las cocinas y extendía sobre los techos un manto de sol desgranado. (Dulce raza, hija de sierras, estirpe de torre y turquesa, ciérrame los ojos ahora, antes de irnos al mar de donde vienen los dolores.) Aquella selva azul era una gruta y en el misterio de árbol y tiniebla el guaraní cantaba como el humo que sube en la tarde, el agua sobre los follajes, la lluvia en un día de amor, la tristeza junto a los ríos. En el fondo de América sin nombre estaba Arauco entre las aguas vertiginosas, apartado por todo el frío del planeta. Mirad el gran Sur solitario. No se ve humo en la altura. Sólo se ven los ventisqueros y el vendaval rechazado por las ásperas araucarias. No busques bajo el verde espeso el canto de la alfarería. Todo es silencio de agua y viento. Pero en las hojas mira el guerrero. Entre los alerces un grito. Unos ojos de tigre en medio de las alturas de la nieve. Mira las lanzas descansando. Escucha el susurro del aire atravesado por las flechas. Mira los pechos y las piernas y las cabelleras sombrías brillando a la luz de la luna. Mira el vacío de los guerreros. No hay nadie. Trina la diuca como el agua en la noche pura. Cruza el cóndor su vuelo negro. No hay nadie. Escuchas? Es el paso del puma en el aire y las hojas. No hay nadie. Escucha. Escucha el árbol, escucha el árbol araucano. No hay nadie. Mira las piedras. Mira las piedras de Arauco. No hay nadie, sólo son los árboles. Sólo son las piedras, Arauco. Pablo Neruda |
COMISION DE EDUCACION REGIONAL SUR "VICTOR DIAZ LOPEZ" PARTIDO COMUNISTA DE CHILE- educacionregionalsur@gmail.com
CHILE
viernes, 29 de mayo de 2015
I. LA LÁMPARA EN LA TIERRA
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