No se trata, ciertamente, de un talismán, pero bien podría servir para responder algunas preguntas tan “acuciantes” como el qué hacer frente al dato –para más de alguno, “brutal”- de un 60 % de abstención en las recientes elecciones municipales.
¿Por qué, con qué propósito, se movilizaron durante todo el año pasado y parte de éste, estudiantes, profesores, medioambientalistas, habitantes de Aysén, defensores de los derechos de toda minoría y otros que así reaccionaban ante carencias y atropellos?
La respuesta, otra vez, es por un Programa.
Se afirma, desde variadas trincheras ideológicas y políticas, que lo que hace falta es “un debate de ideas”, tanto para despersonalizar las contiendas electorales ya iniciadas, como para  revertir el repudio expresado de múltiples maneras a la institucionalidad política, incluyendo partidos, gobierno y parlamento.
Toda reivindicación ciudadana se expresa, indefectiblemente, en un Programa.
Así, para el mayoritario sector de los trabajadores -más allá de las ramas de la producción en que se desempeñan, como de sus sueldos y salarios- la gran respuesta a sus carencias y reivindicaciones es la dictación de un nuevo Código Laboral; esto es, un Programa.
Ya se ha hecho carne en la conciencia de millones de chilenos que lo que se requiere para resolver los graves problemas –escándalos incluidos- en educación, lo que hace falta es un Programa, en el que el estado asuma sin complejos la responsabilidad suprema que le cabe.
Y, así, lo mismo vale para la salud y la vivienda, el cuidado del medioambiente y la defensa de nuestras riquezas básicas.
¿Puede, un Programa digno de su nombre, ignorar las profundas desigualdades sociales y ahondar en sus causas? Lógicamente, “no”, dirá cualquiera con un mínimo de criterio. Y, entonces, una reforma tributaria digna de ese nombre no puede sino tener un espacio privilegiado en un Programa de contenido popular y democrático.
Dijimos “nuestras riquezas básicas”, y sería impresentable que se recusara a las fuerzas de izquierda por el simple hecho de reivindicar –en un Programa- al menos los primeros pasos para restablecer esa soberanía lesionada por el “gran patriota” Pinochet. Surge de allí la urgencia de dotar a Codelco –empresa “de todos los chilenos”- de las facultades y el uso de sus fondos para no seguir en la ominosa senda de entregar los nuevos yacimientos en calidad de “concesiones plenas”. También es urgente -antes de que las condiciones que en conjunto debemos propiciar permitan instalar como un punto central la renacionalización del cobre- establecer al menos un royalty digno de su nombre. Y eso debe figurar entre las demandas ciudadanas en cualquiera ocasión, calles o urnas, que se presenten en nuestro camino. Y eso, también, es parte de un Programa.
Si de algo debiera avergonzarse la auto designada como “clase política” es de haberse consolidado como tal sobre la base de una institucionalidad decididamente aberrante. El sistema binominal, el distritaje para la elección de diputados, los quórum calificados para leyes especiales, deben ser borrados de nuestro presente si queremos en serio construir un futuro. Y eso también es parte intransable en un Programa que convoque al conjunto del pueblo.
Y es por todo lo dicho, a lo podría cualquiera agregar puntos y “temas” de hondo contenido popular –y patriótico, no se lo olvide- que un Programa debe estar en el primer plano de toda discusión y campaña futura.
En este número del semanario, y su continuación vendrá en el próximo, aportamos las experiencias de un destacado economista y dirigente político, José Cademártori. El nos recuerda en la amplia entrevista que concediera al periodista Francisco Herreros la metodología seguida por las fuerza populares para presentar los sucesivos programas que han ido conformando el cuerpo de las grandes demandas ciudadanas.
Por eso desde estas columnas enfatizamos la necesidad de concordar un Programa posible, y por eso no “maximalista”, pero indispensable para devolver a nuestra práctica política los niveles éticos y la amplitud de miradas a que nos convoca el Chile de hoy.
 
FUENTE : EDITORIAL DE" EL SIGLO"