CHILE

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martes, 19 de marzo de 2013

LA FUNCIÓN DEL SALARIO MÍNIMO


El Presidente de la República de Chile adelantó la propuesta de salario mínimo que el ejecutivo tiene para este año: $200.000 (unos US$424), siete mil pesos más que el monto actual. El sueldo mínimo en nuestro país satisface sólo el 62% de las necesidades de la cuestionada “línea de la pobreza” (Fundación SOL). Si consideramos que la encuesta Casen del año 2011 indica que los trabajadores dependientes que ganan el mínimo son 885.293 personas, es decir, cerca del 12% con respecto al total de fuerza de trabajo ocupada para el mismo año, podemos decir que existe una producción y reproducción permanente de la pobreza en un sector determinado de la población.
Una de las principales funciones del salario mínimo es contener el aumento del sueldo promedio y, además, hacerlo tender a la baja. Así la Encla 2011 nos indica que el 45% de la fuerza de trabajo ocupada no supera los $344.000 de ingreso mensual; sólo $44.000 más que el sueldo mínimo de los argentinos. Este 45% se desglosa de la siguiente manera: 1.- Menos del mínimo: 6,4%, 2.- Entre el mínimo y $258 mil: 22,7% y 3.- Entre $258.001 y $344 mil: 16,6%. Casi la mitad de los trabajadores en Chile perciben un ingreso salarial menor a $344 mil (US$730 aproximadamente).
Percibir un salario por el trabajo realizado es una particularidad del capitalismo. Por esta razón es que -se supone-, somos “libres”, ya que podemos “decidir” a quien venderle nuestra fuerza de trabajo, por cuánto tiempo y a qué precio hacerlo. Pero en realidad, la principal función del salario no es la de abrirnos las puertas de la libertad a partir de la posibilidad que nos entrega de satisfacer nuestras necesidades por medio de la compra y posterior consumo de mercancías (subsistencia, reproducción, para posteriormente volver a la producción). Más bien, el salario es, antes que todo, un pretexto para encubrir, ocultar o disimular otra cosa.
La fuerza de trabajo en estado latente, sin ser puesta a disposición de la producción sino que contenida en la humanidad del trabajador, pasiva, no tiene valor alguno. El valor de esta se obtiene cuando se transforma en trabajo, es decir, cuando, a través de los medios de producción, transforma las materias primas para convertirlas en productos, los cuales a su vez son almacenados, vendidos posteriormente o consumidos al mismo instante de ser producidos. Estos factores: medios de producción, materias primas y productos en el actual estado de desarrollo del capitalismo pueden ser tangibles o virtuales, materiales o simbólicos.
Entonces, podemos decir que el valor de la fuerza de trabajo se obtiene cuando ésta se convierte en trabajo y genera valor. Esta generación de valor es remunerada a través de un salario el cuál, por un lado le sirve al trabajador para satisfacer sus necesidades y reproducirse como individuo (comer, vestirse, divertirse, instruirse, etc.) para luego volver a la producción. Por otro lado, el salario, como siempre debe ser menor al valor que el trabajador realmente produce (y cada vez será menor debido a la insistencia permanente de los capitalistas por “intensificar” el proceso productivo a través de la tendencia a la baja de los salarios, por el aumento de la jornada laboral y por la utilización de tecnología que permita la optimización del uso de los tiempos), también le es útil al capitalista para enmascarar en el mismo proceso productivo la producción de plusvalía, es decir, aquella parte del valor que el trabajador produce y que no se le paga, el excedente de trabajo del que se apropia el capitalista.
Sin esta apropiación el sistema no podría existir. Pues esta es la base de la propiedad privada y, por ende, del sometimiento de la mayoría de la población que tiene que trabajar para vivir, de la clase-que-vive-del-trabajo. Pero, a la vez, este mismo hecho, en base a la conciencia que tomen los trabajadores del antagonismo generado a partir del trabajo no retribuido, es el que permite proyectar la posibilidad necesaria de superación del capitalismo.
Entonces, ¿qué implica el aumento del sueldo mínimo?, ¿en qué ayudan $7.000 más al mes? Esto puede ser útil, quizás, para que un trabajador se transporte por cinco días, de ida y vuelta, entre su hogar y el lugar de trabajo (en Santiago, donde está la mayor parte de la población del país, el transporte público en horario punta, cuando gran parte de los trabajadores se moviliza, cuesta $670) o para comprar siete kilos de pan al mes. Pero en lo sustancial, este aumento insignificante del salario mínimo a los trabajadores no les sirve de nada. Le es útil, claro, a la presidencia porque con ese anuncio supera la “barrera psicológica” de los $200.000 y a los capitalistas -sobretodo a los grandes, porque la PyME lo sufre- por las razones antes mencionadas.
El problema real para los trabajadores y la sociedad chilena en general está en las condiciones de trabajo precarias en las que se encuentran gran parte de ellos, en la legislación laboral heredada de la Dictadura de Pinochet (“Plan Laboral” implementado por José Piñera en 1979), en la discriminación a las mujeres, los homosexuales y los pueblos originarios; en los altos niveles de desigualdad producto de la nefasta repartición de la riqueza que se produce en el país, en la privatización de los recursos naturales, la salud, las jubilaciones y la educación. El problema, en definitiva, está en el modelo de desarrollo que tenemos, en cómo superarlo y hacer de este un país, una sociedad más justa y humana.

Por Mauricio Muñoz. Sociólogo. Investigador del Área Laboral ICAL