CHILE

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sábado, 18 de julio de 2015

IV LOS LIBERTADORES (INTRODUCCIÒN ) CANTO GENERAL




IV

LOS LIBERTADORES 

AQUÍ viene el árbol, el árbol 
de la tormenta, el árbol del pueblo. 
De la tierra suben sus héroes 
como las hojas por la savia, 
y el viento estrella los follajes 
de muchedumbre rumorosa, 
hasta que cae la semilla 
del pan otra vez a la tierra.

         Aquí viene el árbol, el árbol 
         nutrido por muertos desnudos, 
         muertos azotados y heridos, 
         muertos de rostros imposibles, 
         empalados sobre una lanza, 
         desmenuzados en la hoguera, 
         decapitados por el hacha, 
         descuartizados a caballo, 
         crucificados en la iglesia.

Aquí viene el árbol, el árbol 
cuyas raíces están vivas, 
sacó salitre del martirio, 
sus raíces comieron sangre 
y extrajo lágrimas del suelo:
las elevó por sus ramajes, 
las repartió en su arquitectura. 
Fueron flores invisibles, 
a veces, flores enterradas, 
otras veces iluminaron 
sus pétalos, como planetas.

         Y el hombre recogió en las ramas 
         las caracolas endurecidas, 
         las entregó de mano en mano 
         como magnolias o granadas 
         y de pronto, abrieron la tierra, 
         crecieron hasta las estrellas.

Éste es el árbol de los libres. 
El árbol tierra, el árbol nube, 
el árbol pan, el árbol flecha, 
el árbol puño, el árbol fuego. 
Lo ahoga el agua tormentosa 
de nuestra época nocturna, 
pero su mástil balancea 
el ruedo de su poderío.

        Otras veces, de nuevo caen 
        las ramas rotas por la cólera 
        y una ceniza amenazante 
        cubre su antigua majestad:
        así pasó desde otros tiempos, 
        así salió de la agonía 
        hasta que una mano secreta, 
        unos brazos innumerables, 
        el pueblo, guardó los fragmentos, 
        escondió troncos invariables, 
        y sus labios eran las hojas 
        del inmenso árbol repartido, 
        diseminado en todas partes, 
        caminando con sus raíces. 
        Éste es el árbol, el árbol 
        del pueblo, de todos los pueblos 
        de la libertad, de la lucha.

Asómate a su cabellera:
toca sus rayos renovados:
hunde la mano en las usinas 
donde su fruto palpitante 
propaga su luz cada día. 
Levanta esta tierra en tus manos, 
participa de este esplendor,
toma tu pan y tu manzana, 
tu corazón y tu caballo 
y monta guardia en la frontera, 
en el límite de sus hojas.


         Defiende el fin de sus corolas, 
         comparte las noches hostiles, 
         vigila el ciclo de la aurora, 
         respira la altura estrellada, 
         sosteniendo el árbol, el árbol 
         que crece en medio de la tierra.

Pablo Neruda