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miércoles, 27 de mayo de 2015

67 AÑOS DE HOLOCAUSTO PALESTINO

El 15 de mayo se cumplieron 67 años del inicio del holocausto palestino, que coincide con la creación del Estado de Israel, que a su vez constituye la causa directa de dicha tragedia.
En efemérides como esta, los defensores de Israel pretenden, como siempre, engañar al mundo planteando que éste es la única democracia del Medio Oriente, que es factor de progreso, pionero  en empresas de vanguardia tecnológica y que su creación y desarrollo representan virtualmente un milagro moderno.  Como guinda de la torta, afirman además, que cuentan con “el ejército más moral del mundo” (sic).
En resumen, cada 15 de mayo tratan de instalar la idea de un país modelo. Reconocen, eso sí, que tienen sólo una tarea pendiente: la consecución de la paz, hecho que por supuesto no sería de su responsabilidad, ya que enfrentan a enemigos irreconciliables, con un odio gratuito e irracional hacia Israel y con una tendencia patológica hacia la práctica del terrorismo.
Al respecto, me parece que vale la pena señalar que si se pregunta a los palestinos, tanto a los que viven en Israel, bajo su ocupación militar en los territorios ocupados ilegalmente, a los que viven en la diáspora o como refugiados, su opinión será diametralmente opuesta: los primeros viven como ciudadanos de categoría inferior a los judíos israelíes, con la excepción de los falashas o judíos etíopes, pues se les discrimina negativamente en sus derechos por no ser judíos.  De hecho, más de 50 leyes a favor de estos últimos consagran dicha discriminación.
Por otra parte, quienes viven en los territorios ocupados militarmente en Cisjordania, saben que en cualquier momento pueden ser encarcelados indefinidamente, sin derecho a juicio, humillados, agredidos, expropiados, expulsados o asesinados por el ejército de ocupación.
Los habitantes de Gaza viven desde hace más de 8 años bajo un bloqueo inhumano por aire, mar y tierra y expuestos periódicamente a ser masacrados por los bombardeos del ejército israelí que dentro de toda su moral no han aprendido a diferenciar un hombre armado de un bebé.
Como si fuera poco, 7 millones de refugiados palestinos son testimonio viviente de la tragedia desatada en 1948 con la creación del Estado de Israel, fecha en que la mitad de la población palestina fue expulsada por la fuerza o se vio obligada a huir para salvar sus vidas y no quedar bajo los escombros de las más de 500 aldeas arrasadas por estos prodigios democráticos.
Cabe destacar que hasta el día hoy, la potencia ocupante no les permite retornar a la tierra a la que han pertenecido…desde siempre.
Así  las cosas, desde la perspectiva de los palestinos y de los hombres y mujeres amantes de la libertad, la democracia y los derechos humanos, aplicar el apartheid, la limpieza étnica, violar sistemáticamente los derechos humanos y el derecho internacional, colonizar territorios ajenos y masacrar población civil cada cierto tiempo, no son atributos propios de una democracia.
Decenas de condenas de la ONU por ignorar sus resoluciones y por sus políticas contra los palestinos, dan cuenta de estas transgresiones. Jamás en la historia conductas de ese tipo han conducido a la paz y menos aún, cuando se pretende obligar al pueblo ocupado a negociar un territorio que el ocupante cercena cada día con nuevas colonias ilegales.
De más está decir que, en estas condiciones, no podemos compartir la visión de los agentes de Israel esparcidos por toda la tierra, ya que sabemos de sobra que ninguna democracia puede levantarse sobre el genocidio y la expropiación, como es el caso de este milagro occidental.
Estamos convencidos que más temprano que tarde tendremos paz, pero solamente cuando el mundo logre percibir y se convenza que las políticas que se han aplicado en Palestina, en nada se diferencian, tanto en su inspiración, su ejecución y sus resultados, de la aplicada contra los judíos por la Alemania Nazi.
Si a alguien aún le quedan dudas, basta con que se remitan a parte de las declaraciones de la actual ministra de Justicia de Israel, durante el ataque a Gaza en 2014, Ayalet Shaked, en referencia a la población civil de Gaza:  “Todos son combatientes enemigos, y su sangre debería estar en todas sus cabezas. Ahora, esto también incluye a las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Deberían seguir a sus hijos, nada sería más justo. Deberían ir, como deberían irse los lugares físicos en donde criaron a las serpientes. De otra manera, criarán más pequeñas serpientes ahí”.
Nadie puede negar que declaraciones como ésta, incluso podrían llegar a opacar por débiles, las imágenes de perversidad de que gozan Joseph Goebbels y Adolf Hitler.
fuente : radio cooperativa 

BIOGRAFÍA DE ÓSCAR ARNULFO ROMERO

(Óscar Arnulfo Romero y Galdames; Ciudad Barrios, 1917 - San Salvador, 1980) Arzobispo salvadoreño. Formado en Roma, inició su carrera eclesiástica como párroco de gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio Vaticano II. En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de El Salvador, y en 1974 obispo de Santiago de María.
En esta sede comenzó a aproximarse a la difícil situación política de su país, donde desde hacía décadas gobernaba el Ejército. Se implicó de lleno en la cuestión una vez nombrado arzobispo de El Salvador en 1977. Sus reiteradas denuncias de la violencia militar y revolucionaria, que llegaba hasta el asesinato de sacerdotes, le dieron un importante prestigio internacional. Ello no impidió que, al día siguiente de pronunciar una homilía en que pedía a los soldados no matar, fuese asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Era hijo de Santos Romero y Guadalupe Galdámez, ambos mestizos; su padre fue de profesión telegrafista. Estudió primero con claretianos, y luego ingresó muy joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo. De allí pasó en 1937 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con jesuitas. En Roma, aunque no llegó a licenciarse en Teología, se ordenó sacerdote (1942).
El año siguiente, una vez vuelto a El Salvador, fue nombrado párroco del pequeño lugar de Anamorós (departamento de La Unión), y luego párroco de la iglesia de Santo Domingo y encargado de la iglesia de San Francisco (diócesis de San Miguel). Trabajador y tradicionalista, solía dedicarse a atender a pobres y niños huérfanos. En 1967 fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la Montaña que, dirigido por jesuitas, era sede de la CEDES. Tres años después el papa Pablo VI lo ordenó obispo auxiliar de El Salvador.
Crítico por entonces de las nuevas vías abiertas por el Concilio Vaticano II (1962-1965), Monseñor Romero no tuvo buenas relaciones con el arzobispo Chávez y González, ni tampoco con un segundo obispo auxiliar, Arturo Rivera y Damas. Movido por aquella postura, cambió la línea del semanario Orientación (que desde entonces disminuyó notablemente su difusión). También atacó, sin demasiado efecto, al Externado de San José y a la Universidad Centroamericana (UCA), instituciones educativas dirigidas por jesuitas y, finalmente, a los propios jesuitas, contribuyendo a apartarlos en 1972 de la formación de seminaristas (sustituidos por sacerdotes diocesanos y nombrado él mismo Rector, el Seminario debió cerrar medio año después).
A pesar de esta serie de fracasos, gozaba del apoyo del Nuncio Apostólico de Roma, y fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974. De gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales, predicaba todos los domingos en la catedral, y visitaba a los campesinos más pobres. Bien visto por ello entre los sacerdotes de su diócesis, se le reprochó cierta falta de organización y de individualismo. En 1975, el asesinato de varios campesinos (que regresaban de un acto religioso) por la Guardia Nacional le hizo atender por primera vez a la grave situación política del país.
Así, cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del sacerdote Rutilio Grande) lo convencieron de la inicuidad del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina. Monseñor Romero pidió al Presidente una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo (asistieron cien mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio). Asimismo, promovió la creación de un "Comité Permanente para velar por la situación de los derechos humanos".
El Nuncio le llamó al orden, pero él marchó en abril a Roma para informar al Papa, que se mostró favorable. En El Salvador, el presidente endureció la represión contra la Iglesia (acusaciones a los jesuitas, nuevas expulsiones y asesinatos, atentados y amenazas de cierre a medios de comunicación eclesiásticos). En sus homilías dominicales en la catedral y en sus frecuentes visitas a distintas poblaciones, Monseñor Romero condenó repetidamente los violentos atropellos a la Iglesia y a la sociedad salvadoreña.
En junio de 1978 volvió a Roma y, como la vez anterior, fue reconvenido por algunos cardenales y apoyado por Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la admiración internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el "Premio Paz", de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia.
Aunque no hay certezas al respecto, se ha afirmado que el 8 de octubre de 1979 recibió la visita de los coroneles Adolfo Arnoldo Majano Ramos y Jaime Abdul Gutiérrez, quienes le comunicaron (también al embajador de Estados Unidos) su intención de dar un golpe de estado sin derramamiento de sangre; llevado a efecto el 15 de octubre, Monseñor Romero dio públicamente su apoyo al mismo, dado que prometía acabar con la injusticia anterior. En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma (la última había sido en mayo de 1979), ahora recibido por Juan Pablo II, que le escuchó largamente y le animó a continuar con su labor pacificadora.
Insatisfecho por la actuación de la nueva Junta de Gobierno, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.
Finalmente, el 23 de marzo, Domingo de Ramos, Monseñor Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador. Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que la orden de disparar habría sido dada por el antiguo Mayor Roberto D'Aubuisson (uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA); sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la actualidad permanecen sin identificación y castigo los culpables.
fuente : biografías