CHILE

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viernes, 31 de julio de 2015

EL DERECHO A LA VIDA

El derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona humana por el sólo hecho de serlo emerge de modo categórico y definitivo en el mundo moderno como consecuencia de la profunda reflexión provocada por los horrores del nazismo durante la segunda guerra mundial.
Los llamados “principios de Nüremberg”, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Convenios de Ginebra y el conjunto de acuerdos y tratados posteriores, en especial en cuanto a nuestro continente el llamado “Pacto de San José de Costa Rica”, que es la Convención Americana de Derechos Humanos consagraron en textos – de aplicación obligatoria para los Estados suscriptores – los derechos humanos fundamentales y, en primerísimo lugar, el derecho ala vida y la condena a todo atentando físico o psíquico.
Como es sabido, todos estos derechos fueron brutalmente atropellados por la dictadura impuesta en nuestro país a partir del 11 de septiembre de 1973 que, con la abierta participación de una potencia extranjera y el apoyo tanto de grupos terroristas nacionales como de conocidos representantes de importantes intereses económicos y políticos chilenos, impulsaron a las FFAA a derrocar a un gobierno constitucional democráticamente elegido.
A propósito de lo cual debe tenerse en cuenta que las principales agrupaciones nacionales de familiares de las víctimas llevan adelante en tribunales una querella en contra de los sediciosos civiles. Importantes testimonios y documentos que obran en el expediente ponen al descubierto a los responsables civiles de la peor tragedia de nuestra historia y muestran los avances en ese concluyente juicio.
Los hechos registrados en el mes de julio de este año tanto en el proceso por el degollamiento de tres profesionales como en el referido a los quemados vivos, refrescan la memoria de chilenas y chilenos tanto respecto de la magnitud del daño provocado por los golpistas como de lo demencial de los métodos empleados para torturar o aniquilar a quienes consideraban sus “enemigos”.
Igualmente dejan al descubierto las deudas pendientes del Estado de Chile en materia de verdad, justicia y reparación. El llamado “pacto de silencio” de los responsables de tantas atrocidades sigue vigente y sólo lo rompen modestos conscriptos hastiados de tanto dolor y de tanta vergüenza dando un ejemplo a sus superiores de la época de los sucesos.
Lo cierto es que posible avanzar  mucho más en esta materia. Por ejemplo, poner punto final a la secretividad impuesta por razones políticas a instrumentos tan significativos como el de la Comisión Valech.
Todas las excusas de los partidarios del secreto no resisten un análisis serio ; seguir manteniéndolo huele a impunidad, de la que nadie debiera ser cómplice a estas alturas.Porque cuando las agrupaciones de DDHH exigen romper el secreto impuesto a esos documentos no están planteando necesariamente su publicación sino su entrega a los tribunales para avanzar en las investigaciones y, dada la naturaleza del antiguo Código de Procedimiento Penal que es la norma procedimental aplicable en la especie por la fecha de los ilícitos, esa información queda amparada durante toda la etapa del sumario. Pero no sólo ayudará al esclarecimiento de los hechos sino que, finalmente, permitirá que toda la  verdad sea conocida.
Del mismo modo no parece justo sostener que se trata de defender de eventuales juzgamientos a quienes aportaron información, toda vez que la realidad muestra que  ninguno  de esos pocos que han tenido la valentía de entregar lo que saben ha sido condenado y se encuentran en libertad.Su cooperación a la justicia permite un trato diferente en los marcos de la propia ley de la época por lo que tampoco esa excusa resulta verdadera.
Todos estos temas son actuales, vigentes, con proyección al futuro. Así lo prueban no pocos ejemplos, también recientes, de diversos personajes que a través de diversos  medios de comunicación se han permitido minimizar la magnitud de la tragedia comparando los crímenes de lesa humanidad en nuestro país con los millones de muertos por obra y gracias del nazismo.
O aquellos que insisten en que el tema de las violaciones a los derechos humanos es asunto del pasado, que hoy no interesa a nadie. O esos otros que pretenden exculpar los crímenes con el supuesto argumento del “contexto histórico” o aquellos que se atreven a sostener que las autoridades civiles de los años de la dictadura no tenían conocimiento de cuanto sucedía. Que exista en Chile un sector de la sociedad que así piense, por pequeño que sea, nos revela lo mal que estamos todavía en relación a los derechos esenciales del ser humano.
Hay, finalmente, otro ángulo de esta cuestión y se relaciona con el rechazo de determinados sectores a la propuesta de legislar en materia de aborto.
Mala memoria pues se trata de una legislación que el país ya tuvo en su momento sin que hubiera los opositores de hoy.
En relación a este importante asunto, consideramos por supuesto respetable la opinión de quienes emplean razones de índole religiosa.
Pero lo que no es nada respetable es que con el argumento de “defender el derecho a la vida” se opongan a legislar aquellos representantes de los sectores que provocaron el golpe del 73 y defienden hasta nuestros días al dictador y su sangrienta huella en  la historia nacional.
Quienes callaron ante el terror, cuando no lo apoyaron, no tienen hoy autoridad para invocar el supremo derecho a la vida.
por eduardo contreras 
fuente : radio cooperativa 

IV. LOS LIBERTADORES ( CANTO GENERAL )



XX

BERNARDO O'HIGGINS RIQUELME (1810)

        
 O´HIGGINS, para celebrarte
          a media luz hay que alumbrar la sala.
          A media luz del sur en otoño
          con temblor infinito de álamos.


          Eres Chile, entre patriarca y huaso, 
          eres un poncho de provincia, un niño 
          que no sabe su nombre todavía, 
          un niño férreo y tímido en la escuela, 
          un jovencito triste de provincia. 
          En Santiago te sientes mal, te miran 
          el trajé negro que te queda largo, 
          y al cruzarte la banda, la bandera 
          de la patria que nos hiciste, 
          tenía olor de yuyo matutino 
          para tu pecho de estatua campestre.


Joven, tu profesor Invierno 
te acostumbró a la lluvia
y en la Universidad de las calles de Londres, 
la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos 
y un elegante pobre, errante incendio 
de nuestra libertad, 
te dio consejos de águila prudente 
y te embarcó en la Historia.


         "Cómo se llama usted?", reían 
          los "caballeros" de Santiago:
          hijo de amor, de una noche de invierno, 
          tu condición de abandonado
          te construyó con argamasa agreste, 
          con seriedad de casa o de madera
          trabajada en su Sur, definitiva. 
          Todo lo cambia el tiempo, todo menos
                 tu rostro.


          Eres, O'Higgins, reloj invariable 
          con una sola hora en tu cándida esfera:
          la hora de Chile, el único minuto 
          que permanece en el horario rojo 
          de la dignidad combatiente.


Así estarás igual entre los muebles
de palisandro y las hijas de Santiago, 
que rodeado en Rancagua por la muerte y
           la pólvora.


          Eres el mismo sólido retrato 
          de quien no tiene padre sino patria, 
          de quien no tiene novia sino aquella 
          tierra con azahares
          que te conquistará la artillería.


          Te veo en el Perú escribiendo cartas.
          No hay desterrado igual, mayor exilio.
          Es toda la provincia desterrada.


          Chile se iluminó como un salón 
          cuando no estabas. En derroche, 
          un rigodón de ricos substituye 
          tu disciplina de soldado ascético, 
          y la patria ganada por tu sangre 
          sin ti fue gobernada como un baile
          que mira el pueblo hambriento desde fuera.


          Ya no podías entrar en la fiesta 
          con sudor, sangre y polvo de Rancagua. 
          Hubiera sido de mal tono
          para los caballeros capitales. 
          Hubiera entrado contigo el camino, 
          un olor de sudor y de caballos, 
          el olor de la patria en primavera.


          No podías estar en este baile. 
          Tu fiesta fue un castillo de explosiones. 
          Tu baile desgreñado es la contienda. 
          Tu fin de fiesta fue la sacudida 
          de la derrota, el porvenir aciago 
          hacia Mendoza, con la patria en brazos.


          Ahora mira en el mapa hacia abajo
          hacia el delgado cinturón de Chile 
          y coloca en la nieve soldaditos, 
          jóvenes pensativos en la arena, 
          zapadores que brillan y se apagan.


Cierra los ojos, duerme, sueña un poco, 
tu único sueño, el único que vuelve 
hacia tu corazón: una bandera
de tres colores en el Sur, cayendo 
la lluvia, el sol rural sobre tu tierra, 
los disparos del pueblo en rebeldía 
y dos o tres palabras tuyas cuando 
fueran estrictamente necesarias. 
Si sueñas, hoy tu sueño está cumplido. 
Suéñalo, por lo menos, en la tumba. 
No sepas nada más porque, como antes, 
después de las batallas victoriosas, 
bailan los señoritos en palacio
y el mismo rostro hambriento 
mira desde la sombra de las calles.


Pero hemos heredado tu firmeza, 
tu inalterable corazón callado, 
tu indestructible posición paterna, 
y tú, entre la avalancha cegadora 
de húsares del pasado, entre los ágiles 
uniformes azules y dorados, 
estás hoy con nosotros, eres nuestro, 
padre del pueblo, inmutable soldado.
Pablo Neruda