CHILE

CHILE

viernes, 25 de enero de 2013

EL TERROR COMO CORTINA DE HUMO



Habría que decir “también” como cortina de humo, pues ese recurso es frecuentemente utilizado para paralizar la acción y el ascenso de movimientos progresistas y muy privilegiadamente las luchas reivindicativas de los trabajadores, bajo el argumento de que pondrían en riesgo lo que llaman la “paz social”. Como se sabe, bajo ese nombre en apariencia positivo y atractivo -“paz social”- se esconde un deseable inmovilismo de todo lo que enfrente al modelo de dominación vigente. En primer lugar y por cierto, las manifestaciones de esa “lucha de clases” que la extrema derecha chilena ha hecho y sigue haciendo tanto por negar, así mismo y como si se pudiera negar el dato objetivo de la existencia de la Cordillera de Los Andes.
Pero decíamos “cortina de humo”, pues en esta nueva campaña del terror la derecha busca, entre otros propósitos, ocultar su desazón ante la evidencia de que sus opciones presidenciales están muy lejos de prender en el electorado, así como “la obra” del gobierno piñerista sólo concita rechazo en la ciudadanía.
Como vocero de esta nueva campaña se consolida el senador designado Carlos Larraín –el mismo de la renuncia elástica a la presidencia de RN- cuyo cultivado estilo no deja de recordar los, a pesar de la alta dosis de pintoresquismo, tristemente célebres  “martes de Merino” de los tiempos de la dictadura.
Para renovar “el fantasma del comunismo”, Larraín y sus adláteres tanto de RN como de la UDI recurren a citas truncas o episodios que pertenecen a contextos específicos y que ellos se empeñan en negar o falsear.
Así, los actos de legítima resistencia y rebeldía ante el innegable terrorismo de estado practicado por la dictadura son presentados como “incitaciones a la violencia” e intentos de provocar un estado de cosas que nos condujera a “matarnos entre chilenos”.
Es claro, en la óptica ultra derechista de la que son exponentes los Larraín y los Melero, entre otros tenores de la dictadura, los asesinatos y persecuciones cometidos por su “sector” no alcanzan tal gravedad, tal vez porque para estos señores los caídos de entonces no eran “chilenos”.
No eran “chilenos” los generales Schneider ni Prats ni Bachelet, como ciertamente tampoco lo eran Salvador Allende, José Tohá, Orlando Letelier, Bernardo Leighton, Víctor Jara, Tucapel Jiménez o Eduardo Frei Montalva, entre tantos otros.
Y, entonces, ocultos en sus albísimas togas de tribunos de la democracia, pájaros impolutos en medio de la sangre derramada con su complicidad y sus silencios, estos señores reparten certificados de democracia y respeto a los derechos humanos.
Pocas veces en nuestra historia se ha visto gestión más desvergonzada.
El país puede darse por notificado: el signo distintivo de las campañas electorales que se avecinan será una vez más el anticomunismo.
¿Habrá que recordar lo que se esconde bajo el anticomunismo?
Precisemos: Prohibición y persecución a las ideas de cambio social y a la expresión, cualquiera sea su forma –no olvidemos los furibundos ataques que en su momento se desplegaron contra la Teología de Liberación- de una alternativa al modelo político y económico impuesto, en nuestro caso, a sangre y fuego. Persecución y consiguiente criminalización de cualquiera manifestación de protesta o de reivindicación, ya sea en el campo sindical como estudiantil, territorial, étnico o de género.
La democracia que postulan estos mentores y cómplices de Pinochet, principales beneficiarios del saqueo practicado en contra de los bienes de la nación y de los trabajadores chilenos, no puede funcionar sin  proscripciones y la amenaza permanente de mayor represión. Por eso, el recurso al “terror”.
El anticomunismo no es la herramienta final de estos falsos demócratas: es, apenas, el umbral que una vez traspasado abre las puertas al fascismo puro y duro del que ellos son portavoces cada vez más indisimulados.

FUENTE : EDITORIAL DE "EL SIGLO"