CHILE

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jueves, 2 de abril de 2015

SANTIAGO NO ES CHILE O UN PAÍS EN BORRADOR

En su inmortal poema “Viva Chile, mierda”, canta e invoca Fernando Alegría: “Entre nieve y mar, con toda el alma, nos damos contra un rumbo ya tapiado,/ por consecuencia, en la mañana cuando Dios nos desconoce,/ cuando alzado a medianoche nos sacude un terremoto,/ cuando el mar saquea nuestras casas y se esconde entre los bosques,/ cuando Chile ya no puede estar seguro de sus mapas/ y cantamos, como un gallo que ha de picar el sol en pedazos,/ digo, con firmeza, ¡Viva Chile Mierda!”
En un estilo más sutil, aunque no menos agudo, nos bautiza Benjamín Subercaseaux como un país de “loca geografía”.
Todo eso, a cuento de bosques incendiándose en medio de sequías y volcanes en erupción en el sur; mientras en “el desierto más árido del planeta” ríos y otras rutas de agua ya olvidadas se empeñan en destruir caminos y poblados.
Amparados en tan alta y fiel poesía, descendamos algunos peldaños hasta nuestra dolida realidad para preguntarnos y recriminarnos.
Primera urgencia: tomarnos en serio aquella consigna hueca hasta ahora según la cual “Santiago no es Chile”.
Es cierto que hay en marcha iniciativas descentralizadoras, pero tal vez sea necesario llegar hasta las últimas consecuencias y concebir a nuestro país como, sí, un espacio unitario, pero fundamentalmente variado y contradictorio. Y obrar en consecuencia.
Los datos recientes de una cruel realidad nos están notificando de una urgencia: la de no seguir aferrados al prejuicio de un centro político, administrativo y científico omnisciente, soberano en la función de interpretar los datos, y acopiador y distribuidor casi exclusivo y excluyente de insumos y socorros.
¿Acaso no se justifica, ante la probada recurrencia de estragos naturales, la instalación en zonas potencialmente conflictivas de centros altamente calificados de recolección y procesamiento de datos obtenidos “en terreno”?
¿Y hasta cuándo se tendrá por lógico y natural que la provisión de elementos tecnológicos avanzados para enfrentar emergencias deba disponerse desde “un centro” lejano a veces en hasta 1.000 kilómetros del lugar de los hechos?
Más allá de las polémicas en torno a la mayor o menor diligencia evidenciada en la tragedia que ha caído sobre gran parte del territorio nortino de nuestro país, y del bajo aprovechamiento político que ya se insinúa, lo que corresponde es una mirada realista, desapasionada y comprometida, que apunte a las grandes soluciones. Que no serán, ello es inevitable, para mañana, pero hay que dar los primeros pasos y planificar con audacia para plazos mayores.
Pero hay otra conclusión, tal vez la más difícil de asumir: la de que más allá de nuestros tratados de libre comercio, pertenencia a círculos tan distinguidos como el de los países de la OCDE, entre otros signos de autosatisfacción, la simple naturaleza nos somete cada cierto tiempo a un “tratamiento de realidad”, algo así como un test de vigencia del que salimos con un certificado para nada halagador: el que somos un país en borrador.
Y para ser consecuentes, habrá que reconocer que este centralismo hipertrofiado que agobia a nuestras regiones no es exclusivo de ellas en sus deformaciones y maltratos. Pues también la capital del país tiene enclaves o “regiones” discriminadas, para cuya constatación no hay más que calcular los recursos fiscales invertidos en el bienestar y “conectividad” de los sectores “altos”, en relación con el abandono de la periferia, allí donde viven los postergados de siempre e inclusive, hoy, la tan promocionada “clase media” que estaría emergiendo de este “milagro económico” que nos habría transformado en un modelo admirado y estudiado mundialmente.
Y es que en el fondo de todo, lo que subyace es una “razón de clase”, para nada misteriosa.
No es casual que las mayores tragedias “directamente humanas” que registra nuestra historia, hayan tenido como escenarios los mismos que hoy reciben los embates de una naturaleza que, si bien no discrimina, al menos ve potenciados sus efectos devastadores por el imperio de políticas seculares de olvido y explotación.
Así, pues, ¡manos a la obra! ¡Hacia una solidaridad crítica! Es la hora de ponernos en limpio…

FUENTE : EDITORIAL DE " SIGLO"