CHILE

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sábado, 7 de septiembre de 2013

LAS PODEROSAS "ANTEOJERAS IDEOLÓGICAS "

 Un altísimo exponente de la derecha chilena, candidato presidencial, alcalde, ministro, generalísimo, se explayó en estos días en entrevista televisiva sobre lo que llamó las “anteojeras ideológicas” que, en su versión, le habrían impedido, así como a la inmensa mayoría de los suyos, ver la realidad del Chile post 11 de septiembre.
Para mejor comprender las palabras de Joaquín Lavín, recurrimos a una de las definiciones posibles del pretexto aducido:
En las guarniciones de las caballerías de tiro, piezas de vaqueta que caen junto a los ojos del animal, para que no vean por los lados, sino de frente”.
En otras palabras, un utensilio dispuesto para que las bestias de tiro o de carga no se distraigan con el espectáculo de la realidad sino, en coherente conducta sumisa, no tengan ante su vista otro camino que el dispuesto para ellas por sus amos.
Confiesa, pues, el generalísimo de hoy, una conducta al menos carente de dignidad.
Se proveyeron estos próceres, desde el mismo día del asalto a La Moneda, del infalible instrumento que, al pasar de los años, los liberaría de toda culpa: “Yo tenía anteojeras ideológicas”.
Atención: tampoco están en cuestión las anteojeras ni la ideología que las sustentaban. Aquí no hay más que una afortunada coincidencia: la de una ideología que no se atreve a decir su nombre, un instrumento de origen no declarado y un –varios, muchos, en verdad- individuos dispuestos a someterse a su disciplina.
Poderosas anteojeras que les impidieron oír el caer de los cohetes sobre La Moneda. Tampoco se enteraron de los bandos inmediatos redactados de mano maestra por el escriba que sería recompensado con el Premio Nacional de Literatura.
No se enteraron de la conmoción causada en todo el mundo por el asesinato del presidente constitucional,  del Premio Nobel de Literatura, de Víctor Jara y los centenares de caídos en los primeros días.
No se enteraron del ruido producido en la Asamblea General de Naciones Unidas que años tras año se pronunciaba en contra de los crímenes de la dictadura.
Poderosas anteojeras les impidieron oír las bombas que en Buenos Aires mataron al general Carlos Prats y a su esposa, así como en Washington a Orlando Letelier y su secretaria. Tampoco les llegaron los ecos del atentado en Roma contra Bernardo Leighton.
Cuando se descubrieron los Hornos de Lonquén, las anteojeras volvieron a comportarse como les era debido.
No oyeron el clamor de obispos decentes, honorables y piadosos, ni supieron por lo tanto que tuvo que haber en Chile un Comité Por Paz y luego una Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica.
Cuando los siniestros helicópteros cumplían en el aire las tareas que en tierra garantizaban los corvos, dinas, cni, tampoco vieron ni oyeron.
No vieron los campos de concentración ni las casas de tortura y exterminio. Nada llegó a sus sentidos adormilados por la “ideología” de las voces y gritos arrancados por la tortura. Tampoco el hambre, las humillaciones, la explotación sin freno.
Cuando una patrulla militar prendió fuego al cuerpo de dos jóvenes manifestantes, las orejeras ideológicas mostraron toda su eficacia. Como cuando agentes de la policía militarizada degollaron a tres compatriotas.
¿Tampoco vieron los beneficios que a su clase les otorgaban los saqueos al erario nacional y a los haberes de los trabajadores? Lo más probable es que los hayan visto, porque para eso usaban las anteojeras: para ver sólo el provecho personal y de clase. El fruto de sus latrocinios. Y lo peor es que aún los siguen viendo y solazándose en ellos.
 
 FUENTE :EDITORIAL DE "EL SIGLO"

 

 



 

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