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jueves, 13 de marzo de 2014

" Y AHORA , ¡ A REMAR TODOS JUNTOS ! "

Desde hace pocas horas, está instalado en el Palacio de La Moneda el gobierno elegido por una elocuente mayoría en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Quedan para el olvido, pero un “olvido crítico”, los 4 años de la administración de Sebastián Piñera. Una vez más, se pretenderá reemplazar por el pretendidamente neutral y objetivo “juicio de la historia”, el simple e inapelable balance elaborado por la ciudadanía al propinar, en tres elecciones consecutivas o coincidentes –municipales, parlamentarias y presidencial- aplastantes derrotas a la combinación de fuerzas administradoras y continuadoras del legado dictatorial.

Al despedirse de su cargo supremo, el hoy ex presidente Piñera trazó un panorama idílico y autocomplaciente de sus cuatro años en La Moneda.

Señaló algunos “logros” y avances, exageró o falseó otros, omitió puntos esenciales. A la hora de responder por ese abismo que separó sus “grandes avances” en materias muy diversas y la baja adhesión y significativo rechazo público que fueron la tónica de sus 4 años de gobierno, no tuvo otra respuesta que la ausencia de un “relato” correspondiente.

Pobre argumentación al venir de un gobierno que disfrutó de una cobertura editorial –prensa escrita, televisión, radios- que no dejó espacio a una disidencia democrática que tuviera al menos una discreta participación en los recursos que el Estado canaliza hacia los medios informativos.

Otro punto que sí es necesario destacar es la actitud del entonces Jefe de Estado al intervenir en la polémica abierta por la conmemoración del Golpe de Estado a 40 años de ese 11 de septiembre de 1973.

Luego de su “indignada” o más bien destemplada reacción ante la prisión dispuesta en España y materializada en Londres por los crímenes contra la humanidad cometidos por Augusto Pinochet, el reconocimiento que desde su alta investidura en el Estado formuló al repudiar los crímenes y denunciar a aquellos que llamó “cómplices pasivos”, queda como un “haber” en su por varias razones discutible condición de estadista.

Pero, la hora no es tanto de los balances, siempre necesarios e ineludibles, como de las perspectivas que la nueva administración de Michelle Bachelet ha creado entre una significativa mayoría ciudadana.

Insistirá la nueva oposición, y hasta la majadería, en las diferencias existentes en las fuerzas que constituyen el promisorio bloque de la Nueva Mayoría. Nada nuevo ni anómalo, si se considera el carácter innegablemente diverso de esa formación política. Bien quisieran la derecha, política y empresarial, y sus socios mayores desde la Casa Blanca, que tales diferencias fueran ahondándose hasta convertirse en una suerte de “carta de naufragio” de una coalición nacida al impulso de las impresionantes movilizaciones ciudadanas que en los últimos años han conmovido al país hasta el extremo de instalar desde los movimientos sociales las pautas de todo debate democrático.

Y ello invita u obliga a una mayor responsabilidad y sentido de la realidad, por cuanto las decisivas transformaciones que el nuevo gobierno se ha comprometido a realizar requieren de una aceptación mayoritaria y democráticamente expresada en todos los niveles: el de las tratativas y acuerdos entre la fuerzas políticas, el de una “eficiencia parlamentaria” a la hora de convertir en leyes los enunciados programáticos, y una no menos decisiva presencia de los movimientos y expresiones sociales que desde la base, en la multiplicidad de las formas que corresponden a su carácter tan pronto nacional como sectorial, se hagan presentes con sus demandas y, por qué no, sus urgencias.

FUENTE : EDITORIAL DE " EL SIGLO "

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